El barco por fin paró sus motores en el puerto. Rápidamente nos sacaron por unos conductos tubulares similares a los de los acuarios de los zoológicos para apelotonarnos en una explanada donde nos distribuían por destinos.
– Suerte-me dijo mi primo-nos veremos por la ciudad (esa fue la última vez que le vi durante aquellos nueve meses).
A los “afortunados” que nos había tocado el cuartel de Santiago, nos colocaron al lado de un muro enorme en el que, a pesar de estar casi en total oscuridad, se distinguían las luces rojas propias de los cigarros o similares que de vez en cuando aumentaban su intensidad para volver a su estado de reposo. Era un espectáculo. Para esa gente que se escondía detrás de sus cigarros era un show. Lo habían visto cientos de veces y seguro que-pensé-se estaban riendo entre calada y calada.
Había un silencio absoluto sólo roto por las voces de los mandos colocando a cada recluta en su sitio. Una voz ruda y desagradable me ordenó a gritos que formara (una vez más) entre un grupo que a cada momento se hacía más numeroso.
Todo se tornó irreal nuevamente. La brusquedad con la que éramos tratados ahora era aún mayor que la que habíamos sufrido anteriormente. De repente vi a un presonaje cuyo atuendo ya me era familiar. Llevaba el uniforme de la legión con su borla cayendo en medio de la cara. una perilla de chivo y una expresión dura remataba la figura del soldado que, al ver nuestras expresiones, se quiso divertir paseándose entre las filas preguntando con voz medio ronca quién se iba a venir con él al tercio de la legión.
Ni de coña-pensé- va a ir tu puñetera madre.
Una vez contados, a la voz de :¡Rápido, a los camiones! se produjo una marabunta de chicos y petates que pugnaban por ver quién subía primero porque nadie en esas circunstancias quería llegar el último.
Al final, hacinados en otro transporte de “ganado” militar, el camión subió hacia el centro de la ciudad de la que apenas veíamos nada. Había algunas “personas” que, al vernos nos hacían signos de cortarnos el cuello y cosas similares. Me sorprendió que nos hacían una señal que no había visto nunca y que no comprendía el significado. Golpeando la mano plana sobre la otra en posición circular hacían un ruido como de un tapón descorchado. Más adelante comprendimos todo el ritual…
subimos y subimos por calles desvencijadas hasta llegar a una instalación enorme compuesta de varios edificios blancos del estilo barracón. En la puerta donde paramos para que nos dieran el visto bueno pude observar lo que no creí que fuera, en el fondo, posible. Una especie de crespón verde lleno de bandas con la bandera de España coronaba la puerta principal del cuartel y encima suyo conseguí ver la fatídica inscripción: REGIMIENTO MOTORIZADO DE REGULARES Nº 52 seguido del ya famoso TODO POR LA PATRIA.
Regulares. La jodimos. Ahora sí que se vino abajo toda esperanza. Había llegado a “la legión mal pagada”.
Descendimos de los camiones con un frío de justicia y nos pasaron al comedor. Nunca había visto ninguno tan grande: era un vasto salón en cuyas paredes había cuadros con motivos coloniales y bélicos. Ocupando el espacio, un inmenso paisaje de mesas blancas y, alrededor de ellas, unas sillas naranjas de plástico; todas elllas clavadas al suelo.
He de reconocer que no cenamos mal (emperador a la plancha no era mi idea del rancho, la verdad) pero al salir empezó otra vez el show de gritos y maltratos.
Tras coger nuestros datos nos llevaron a lo que iba a ser mi casa durante varios meses: Un barracón enorme como el de las películas de guerra, “amueblado” con algo muy familiar: cuatro filas de literas iguales a las que habíamos montado en Almería; en las viejas paredes colgados, consignas del cuerpo de infantería al que ahora pertenecíamos. Todo tenía un aspecto decrépito, anciano, vetusto…
Al llegar, un soldado uniformado me ayudó a encontrar mi litera y me llevó a una mesa donde otro soldado-bastante más cabrón- me hizo firmar mi incorporación al ejército español hablándome como si estuviera tratando con un animal (el muy cabrón).
Al rato ya tenía mi litera y mi taquilla asignada… justo pegada a los servicios, al final del barracón. Estaba sin hacer y me habían colocado la ropa de cama doblada encima para que la hicera ” a la voz de ya “.
Cuando llevaba media hecha, apareció mi compañero de litera. Era un chico mayor que yo, bastante apocado, con gafas, que estaba sacando cosas de su taquilla.
De pronto una voz resonó con eco en todo el barracón: ” ¡¡ todos fuera con una toalla !! ¡¡ a la puta carrera !! ¡¡ aquí no se corre, se vuela bajo!! .
Tengo que reconocer que me asusté tanto que no vi que me faltaba una manta por poner en la cama. Al darme cuenta, se me vino el mundo encima. Me iban a pillar y no sabía qué me podría pasar.
Entonces mi compañero, me dijo:”venga vete, ya te lo pongo yo, ¡ rápido !.
No lo pensé dos veces, salí pitando medio desnudo con una toalla y unas zapatillas por toda indumentaria.
Allí, en el mes de febrero, a eso de las diez de la noche con un frío polar, estábamos medio en bolas unos cincuenta tíos en formación.
Ateridos de frío, nos llevaron a las duchas. ¡¡ por fin !! una ducha después de 2 días. Era reconfortante sentir el agua caliente caer por el cuerpo hasta que, treinta segundos de reloj después se cortó el agua y el mismo legionario que nos estaba “instruyendo” desde que llegamos nos sacó casi a patadas, para volver a formar, en pelotas prácticamente y mojados en la cruda noche invernal melillense.
Sin saber qué estaba pasando, un grito salvaje retumbó en todo el cuartel :”¡¡ a la puta carrera, al que llegue el último le pego una patada en los huevos !! ” . Tengo que decir que me lo creí totalmente pues llegué el cuarto. Recuerdo que,cerca mío, un compañero tuvo la desgracia de caérsele la toalla y el pobre intentaba sin éxito correr mientras se colocaba, recibiendo toda clase de empujones e improperios de nuestro querido instructor.
Por fin, muertos de miedo y de cansancio, nos dejaron irnos a la cama no sin antes agradecer a mi compañero de litera lo que había hecho por mí anteriormente.
Estuvimos charlando un rato con la gente de alrededor antes de acostarnos en lo que fue lo más agradable del día hasta que otro grito nos mandó a la cama al mismo tiempo que las luces del barracón se apagaban de repente…
Read Full Post »